lunes, 9 de abril de 2012

Una canción en la noche

El grito producía algo aún más extraño que el miedo, esa es la conclusión a la que, sin haberlo escuchado todavía personalmente, las descripciones de los vecinos me conducían. La sensación era unánime y demasiado singular como para tratarse de un fraude. Un contorno de mujer, una diminuta boca abierta monstruosamente recortada contra la luz mortecina que escapaba a la noche de una ventana de posición cambiante situada en el ala oeste de la vieja mansión. Un lamento inhumano apenas audible que penetraba en el cerebro como el viento, cortando nervios desconocidos y coagulándose en una única emoción indescriptible más aterradora que el miedo, y que no  daba como resultado grito alguno de espanto humano sino una solitaria lágrima de horror concentrado que rezumaba del ojo, atrapado en aquella figura. La lágrima era  extraída lenta y cuidadosamente  por el timbre del lamento del fantasma para finalmente ser arrancada con voracidad por la garra de un repentino y absoluto silencio. Cuando el encuentro acababa generalmente la figura desaparecía de pronto y la luz de la ventana se apagaba muy lentamente hasta desparecer como si nunca hubiera existido. La victima extenuada describía entonces su estado con la sensación de la pérdida enorme de algo íntimo que ya no se encontraba ahí.




Esa misma noche esperé junto a la mansión. Mientras el sol se hundía en su abismo las sombras de la luna comenzaron a devorar el musgo y la hiedra que cubría la antigua piedra. Horas después apareció la ventana en la espesa sombra de la fachada, sin embargo la silueta surgió más alejada de lo que esperaba, y su canto llegó pronto, pero desde un infinito inesperadamente tímido. Algo penetró en mi cráneo como un hilo infinitesimal y , haciéndose aún más delgado, invadió regiones ignotas de la vida que me sostenía, buscando alimento, ávido, hambriento, bestial. Cuando aquello sintió que no se encontraba solo en las simas que creía vírgenes, luchó  como un animal acorralado y comprobando que ni con toda su fuerza y desesperación sería capaz de hacer brotar ninguna lágrima de mis ojos, agotado por la lucha, se retiró vencido. La noche pareció volverse de un negro incandescente y de la tierra emanó un aliento gélido que anticipaba la lluvia. La luz fantasmal palpitó. Entonces, con un pequeño gesto, la dama de la ventana, exhausta, me invito a subir a su habitación.



2 comentarios:

j. dijo...

Cualquier cosa que diga va a resultar muy pedestre ante la belleza y delicadeza y sentido poético de las historias e imágenes... Me alegro que haya vuelto y baste eso.

Francisco Marchante dijo...

Gracias por sus palabras amigo Javi. Mas me alegro yo de que ande por aquí, entre esta nieve y esta lluvia insignificante...hay muchas, muchas ganas de hacer cosas...a ver si salen bonitas y sin paraguas!