domingo, 30 de junio de 2013

El techo de los árboles



Ya no importa cómo dejamos de mirar abajo y nos olvidamos de todo, de ti, de mi, y de pronto, sólo quedaron los árboles, la luz en las hojas y el calor vegetal cristalizándose en un mundo de ramas interrogantes y seres arboreos. Te veo saltar y no reconozco las ondas de tu pelo; su movimiento es ya el impulso de seguir tu olor. Y el cuerpo es un balanceo salvaje: uñas, viento y piel dura, tan insignificantes como desafiantes. Seguramente seas capaz de trepar a velocidades inimaginables, de camuflarte de miles de formas, pero hoy dejas que te alcance. Tan arriba el aire es tan puro que los pulmones desaparecen  y todo está lleno de diminutos destellos, instantes que la luz petrifica en un firmamento desconocido. Ya he llegado y ahora puedo oir cómo tu boca me llama.

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