domingo, 13 de enero de 2013

La dinamita o la muerte

  
9 rostros asesinados



 











Cuando un recluso empezaba a dejar de preguntarse por qué había sobrevivido, para los guardianes  suponía que había dejado de ser una víctima y que su vida se había convertido en alguna clase de explosivo.  No podían soportar la mirada directa de aquellos rostros, asi que ante la brutalidad y fiereza de aquella ausencia absoluta de esperanza y vida, su función de custodios se pervirtió hacia la búsqueda de todo tipo de técnicas de tortura que pudieran destruirlos. Ya no obedecían órdenes ni servían a una causa mayor que justificase la barbarie de los campos. Bajo su apariencia fría  e insensible todos los órganos de su cuerpo se habían disuelto en una  sola víscera cuya única finalidad era vencer el miedo a la vida. Sin embargo, no importó lo sofisticada o salvaje que fuera la tortura empleada, no importó nada si la carne era arrancada o quemada, si se destruían los órganos, o se amputaban los miembros. También fueron en vano los intentos de destruir las mentes de quienes sobrevivían sin respiración en la desolación  total. Al final, siempre permanecían aquellos rostros incólumes a cuyas cicatrices  la vida se aferraba. Ni la muerte ni el olvido pudo destruirlos; y aún hoy permanecen allí, en silencio, sobre la nieve, aferrados sin manos ni brazos al óxido de las viejas alambradas de espino.

3 comentarios:

Diario de un hombre muerto dijo...

UNA SIMBIOSIS PERFECTA ENTRE LAS IMAGENES Y EL TEXTO...¿SABE LO COMPLICADO QUE ES ESO,SEÑOR MARCHANTE?,ELSUEÑO DE CUALQUIER NARRADOR GRAFICO.VEO QUE EL LEJANO Y LLUVIOSO NORTE LE SIENTA BIEN.

Diario de un hombre muerto dijo...

DISCULPEME SI LE CANSO ...PERO NECESITABA DECIRLE QUE TANTO EL TEXTO COMO LAS IMAGENES SON BELLISIMOS.

Francisco Marchante dijo...

Gracias...
Para nada me cansa, siempre agradezco mucho sus comentarios y me alegra de verdad que le lleguen mis cosas.

El Norte, sí. Hoy, desde la calle, puede verse entre la bruma y la lluvia , la nieve sobre las montañas cercanas y sus laderas salpicadas de enormes manchas grises y cobrizas de hojas secas cubriendo el suelo de los bósques y el verde de los prados intensificado por la lluvia.