viernes, 21 de diciembre de 2012

Elisabeth Brown y el diario del fin del mundo





Hoy el cielo está diferente y la piel respira con la sensación imprecisa de algo enorme  que acabara de pasar. El amarillo de los campos permanece o, más bien, insiste en su color. También los insectos, todos, están ahí. No hay duda. Todo está en su sitio. No hay ninguna razón para regresar.


 





Sin embargo, en ese instante, todo ser humano ha desaparecido de la tierra. Nada cambia y el paseo de hoy será exactamente igual que el de siempre: con pasos diminutos caminará como si nunca hubiera existido nadie, ni ella misma, concentrándose en cada imagen y encontrando un lugar sumergido en cada rincón que alcancen sus pies.

 






 




El diario que cada día la acompaña está en blanco. Jamás escribe nada en él. Sale con la intención de intentar describir lo que ve, de trazar un poema de algún instante, pero nunca encuentra ni una sola palabra viva que pueda alcanzar sus pasos. Sin embargo lo intenta, como si al hacerlo se estuviera grabando en el papel alguna clase de escritura invisible, tan diminuta y concentrada que quedara perezosa y casualmente enganchada en los entresijos de la misma materia.






 Aunque su diario no contuviera ni  una sola palabra escrita, confiaba en que alguien sensible fuera capaz de leerlo. Pero ni siquiera el mayor poeta de la época fue capaz de percibir nada entre sus páginas.
 

























  


Aquella noche, mientras aun zumbaba débilmente en sus oídos  el vuelo de los espíritus animales, supo que ya no existía el camino de vuelta a casa. Se sintió calmada. Las briznas de hierba revoloteaban cerca de sus manos como una extraña piel de erizo mientras una nueva clase de silencio la envolvía en el latido del  firmamento. En aquel momento el diario llegó a su fin y escapó de sus dedos como si nunca hubiera estado allí.






Como un lejano recuerdo de un mundo que acaba de olvidarse para siempre.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un gigante; usted.

JC

Francisco Marchante dijo...

Gracias...
Saludos y todo mi afecto. Siempre.

Diario de un hombre muerto dijo...

SU PINCEL ES UN POETA.

Diario de un hombre muerto dijo...

SU PINCEL ES UN POETA.