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Cuando sale de la ducha en zapatillas caminando por ese
pasillo, el de siempre, ahora interminable,
acabando de secarse el cuerpo y el pelo sobre la marcha, con la piel aun
desprendiendo vapor como una locomotora a punto de partir, todas las
previsiones del tiempo se deshacen y no habrá paraguas capaz de detener la
lluvia de hoy.
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El alquiler no es barato pero en cuanto vio las cortinas
verdes del baño la tormenta dejó de resonar en su cabeza y decidió de inmediato
quedarse con el piso. Y ahora, cada vez que se ducha, el espejo la mira en secreto como un fantasma en un polo norte
de espuma atravesado por la luz que reflejan enormes témpanos de hielo verde.
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La lluvia apagando incendios toda la noche, las gafas
sucias, el estómago palpitando en el maletero del coche de algún amigo como una
pieza de casquería en un puesto de mercado y unas ojeras que reptan por el
suelo como babosas moribundas, se conjuran en una resaca de domingo que se
complicará cuando al intentar usar su móvil descubra que su bolsito nuevo pasó mas de medio
concierto ahogándose bajo un desagüe.
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Aún con la mirada en el
movimiento de las gotas de lluvia de la ventanilla y el olor de la calefacción
del tren flotando en el pelo, al salir
de la estación la ciudad desaparece, y la imagen de su paraguas azul en el
paragüero lo llena todo de melancolía, como quien descubre de pronto una flor en un tiesto que olvidó regar antes de partir de viaje.
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Son esos días en los que el silencio sucede como si alguien desconocido
a quien se espera desde hace mucho tiempo irrumpiese por sorpresa en casa con
sus propias llaves. Tras la falsa alarma, la lluvia continúa golpeando
suavemente los cristales y de regreso al baño, las pequeñas humedades que creías
haber limpiado la semana pasada parecen haber conquistado, perezosas, otra
diminuta porción del techo.
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Hay mañanas de lluvia en las que respira muy lentamente y
con el asombro en el rostro de haber olvidado como despertar. Y sueña sin soñar
que flota sobre la panza del gato de
cheshire en la serenidad de un charquito
inexistente.
3 comentarios:
Veo que ha vuelto usted al color señor Marchante, aunque cierta melancolía flota en el ambiente...¿será la lluvia?
Sí, el color de una melancolía pequeñita y luminosa, esa que solo dura un instante de tiempo perdido en la lluvia...
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